Historia de la Hermandad
de la Vera Cruz de Campillos
Como es bien sabido, el inicio de la devoción a la Santa Vera Cruz se encuentra en el relato milagroso de su hallazgo por Santa Elena durante su peregrinación a Jerusalén del año 327. Levantada la basílica del Santo Sepulcro para cobijar entre otras esta reliquia, se convirtió en la principal de la ciudad, conmemorándose su descubrimiento a partir de este momento el 3 de mayo. Otro hecho histórico que hizo aumentar su devoción en Oriente fue su robo por el emperador persa y su recuperación posterior por el emperador bizantino Heraclio en el año 635, efeméride que quedará también marcada en el calendario devocional cristiano el 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz.
Su devoción en España es antigua, remontándose a la época visigoda, cuando un trozo de la Santa Cruz era venerado en Astorga, pasando tras la invasión musulmana a Liébana. No obstante, el impulso devocional en Occidente llegará en el siglo XIII, especialmente tras las cruzadas y con la aparición de los franciscanos, los cuales se convertirán en grandes devotos de la Cruz de Cristo. No será hasta el siglo XV cuando en Castilla aparezcan las primeras cofradías penitenciales de la Vera Cruz, promovidas por esta misma orden mendicante y con un carácter penitencial; serán las llamadas cofradías de sangre que participaban con procesiones en la Semana Santa promoviendo la penitencia con un fin purificador y de acercamiento a Dios…
Santísimo Cristo
de la Vera Cruz
El Santísimo Cristo de la Vera Cruz llegó a Campillos en la Semana Santa de 1942. Concretamente, el 29 de marzo de 1942, Domingo de Ramos, el hermano mayor Antonio Palop Casasola entregaba en Granada al escultor Antonio Torres Rada la cantidad de 7.000 pesetas por la hechura de esta imagen tallada en madera de pino de Flandes de primera calidad. Un escultor de la escuela granadina de la posguerra que para hacer este crucificado se inspiró en la obra del escultor barroco José de Mora, y muy especialmente en su Cristo de la Misericordia, obra ejecutada en 1688 y titular desde 1924 de la Cofradía del Silencio de Granada. El Crucificado cuelga de tres clavos en una cruz arbórea coronada por la tabla apaisada donde aparece estampada la cartela en forma de pergamino en la que se lee la abreviatura INRI. El Señor está totalmente muerto, con la cabeza inclinada hacia el hombro derecho y la barbilla clavada en su pecho. La disposición de la figura es muy serena, estática, libre de torsiones agónicas, por lo que su reposo es absoluto. Los brazos forman un ángulo acusado, mientras que las piernas no presentan el desplome del peso de la gravedad, sino que se mantienen rectas, salvo una ligera flexión de rodillas. Su torso es anchuroso y apolíneo, marcado por un estudio anatómico naturalista de un modelado suave y de tendencia geometrizante muy propio de la tradición granadina. Los brazos como el cuerpo muestran una musculatura proporcionada, dejando las manos abiertas, en contra del modelo de Mora, aunque Torres Rada sigue aquí una tradición muy arraigada en los crucificados andaluces. En las heridas de los clavos apenas se aprecian desgarraduras y casi no hay sangre. Realmente esta solo aparece más visible en unos finos hilillos que corren hacia el sudario desde la herida del costado. La cabeza es excepcionalmente bella, de rasgos semíticos y acusado patetismo, rompiendo así el equilibrio clásico de la definición de su cuerpo. Sus párpados, muy abultados y entrecerrados, permiten ver los ojos de cristal. El patético quiebro de cejas característico de Mora es en este caso tan acusado como el modelo al que sigue. La nariz es larga, afilada por la muerte y ligeramente aguileña, propia de la raza judía, e igualmente, los pómulos están afinados por la muerte. La boca se describe entreabierta, mostrando los dientes entre los labios exangües, muy dibujados y sombreados por un incipiente y esbozado bigote. Sobre el pecho cae la barbilla y se desparrama la barba ligeramente bífida. Ambos elementos están realizados en su mayor parte a punta de pincel, especialmente el bigote cuyo relieve apenas se hace notar. El cabello está suavemente ensortijado, formando ondas grandes y abiertas, que sobre el hombro izquierdo caen hacia atrás y en el derecho sobre el pecho. A punta de pincel también recrea en esta cabellera la parte superior y algunos mechones adheridos al rostro. La corona de espinas es trenzada y está tallada en la misma cabeza del Señor. El paño de pureza no tiene mucha presencia, algo propio del ámbito granadino, y aparece anudado en la cadera derecha con una soga que, tras el nudo, deja caer sus dos cabos de manera rectilínea, terciando suavemente el tejido en el frente para caer en la cadera contraria, generando así unos pliegues paralelos y ondulados.
María Santísima
de los Dolores
La actual imagen de María Santísima de los Dolores fue en cargada por el que fue hermano mayor de la cofradía Juan Cantano Solís en mayo de 1956 al insigne escultor sevillano Antonio Castillo Lastrucci, y su coste fue de 7.500 pesetas. Llegó a Campillos en la cuaresma de 1957 y reproducía un modelo de dolorosa que el escultor ya había había plasmado en sus años de juventud en la Virgen del Dulce Nombre de la Cofradía de la Bofetá de San Lorenzo de Sevilla (1924), y que fue mejorada en la titular dolorosa de la Hiniesta de San Julián (1937) y en la Virgen de la O (1937), ambas también de la capital hispalense. Se trata de una imagen de candelero para vestir, de una altura de 1,73 m., y, como tal, se singulariza solo por su cabeza y sus delicadas manos talladas, encarnadas y policromadas. La primera, ligeramente inclinada hacia la derecha, muestra un estilizado cuello suavemente modelado que soporta la cabeza. Esta presenta un perfil ovalado, señalándose ligeramente la barbilla y las mejillas, y en una virtuosa simetría se disponen sus delicados rasgos faciales. Sin duda, ello determina su expresión serena, mostrando una tristeza apaciguada, tratada de manera amable y compasiva, y evidenciada en sus grandes ojos oscuros y almendrados, enmarcados por dos alargadas cejas, que son además una de las señas de identidad de la Dolorosa de Castillo. El ligero sonrojo de los párpados y de sus mejillas son la prueba del llanto que se hace patente a través de las seis lágrimas que transcurren por la anacarada policromía de su rostro. Una hermosura que también se recrea en su nariz recta y perfilada que da paso al elemento que concentra la mayor fuerza expresiva. Hablamos de su pequeña boca entreabierta y perfilada con finos labios que permiten entrever parte de su blanca dentadura.
No menos interesantes son sus manos. En ambas destaca la delicadeza con que se disponen unos finos y estilizados dígitos que, siguiendo el prototipo de Castillo Lastrucci, agrupa los centrales dejando más abierta la disposición del dedo gordo y el meñique, generando así un gesto de gran elegancia.